Capítulo 8
-Aunque no lo creas sigo siendo humano. Respiro. Mi corazón
late. Odio, amo, lloro… En esencia sigo siendo igual que tú.
-Yo no he intentado matarte.
Zven apartó la mirada de la joven que tanto daño le había
hecho en unas pocas palabras y miró el reflejo de la luna en la ondulante
superficie del mar. Era cierto. Estuvo apunto de matarla dos veces. Puede que
en ese mismo instante hubiese sido capaz de acercarse sutilmente, pasar sus
brazos tras la espalda de la joven y arrimarla a él… hubiese comenzado a besarla
lentamente… luego hubiese pasado de sus labios a su mentón… luego hubiese ido
bajando lentamente… Y entonces le hubiese abierto el cuello con los colmillos
dejando que su sangre inundara su boca… Solo pensarlo provocaba en él un hambre
voraz y sin poder evitarlo sintió sus colmillos extendidos y molestos en la
boca.
Quería decirle que eso era mentira, que él jamás había
querido o querría matarla… Pero sabía que si lo hacía mentiría como un bellaco.
Y solo pensar en mirar a esos grandes ojos de color jade con pequeñas motas de
color rojizo y mentir le era imposible. Solo quería decirle la verdad, que por
mucho que su naturaleza pareciera distinta seguía siendo parecido a ella, que
era como cualquier otro chico de su edad, que merecía amarla… que merecía estar
en ese instante junto a ella, sintiendo su presencia justo a su espalda y la
mano de la joven posándose sobre su hombro… Y se giró y vio esos ojos
increíblemente hermosos y no fue capaz de nada más que de inclinarse
lentamente, agarrarla con ambas manos de la cintura y posar sus labios sobre
los de ella.
Y la besó, como jamás había besado a nadie, como jamás había
imaginado hacerlo. No tenía deseos de sangre en aquellos momentos, solo quería
seguir besando dulcemente esos labios y deleitarse con su sabor y su suavidad…
como besar pétalos de rosa. Quería detener el tiempo como jamás había querido
hacerlo. Podría morir en aquel momento y no sentir que le faltaba mucho por
vivir. Ya tenía en aquellos momentos todo lo que siempre había deseado, todo lo
que siempre había querido tener y jamás creyó poder conseguir. Todo aquello
estaba en aquella joven de fino porte, piel color crema, pelo rojizo y ojos
jade. Aquella joven que estaba apoyada contra su pecho, que tenía puesta una
mano sobre un corazón que en siglos nunca sintió tan vivo y que con cada roce
de labios curaba las profundas heridas de su alma inmortal. ¿Podía alguien
desear algo más? No, nadie podía querer más después de eso. Pero el beso acabó
demasiado pronto… Demasiado efímero en comparación con los milenios que llevaba
solo.
Y no fue capaz de abrir los ojos tras ese beso. Puede que si
abriera los ojos viera un rostro de terror en aquel rostro del que podría
recordar cada poro sin ni siquiera mirarlo. Puede que hubiera rechazo hacía
aquel ser que era él, porque puede que pareciera humano… pero para qué
engañarse cuando sabía que no podría ni decir una palabra sin mostrar sus
colmillos, cuando su estómago exigía una saciante dosis de sangre, cuando sus
ojos habían cambiado de color ante ese apetito extraño y desconocido… Jamás
había tenido tanta hambre como en aquel momento… Y ella estaba tan cerca,
demasiado cerca de esa bestia que era él. Porque comprendió en aquel momento,
jamás, en siglos, había sido ni por un momento humano por mucho que quisiera y
porque, por mucho que le hiriera reconocerlo… Estaba destinado a permanecer
solo.
Lili cerró los ojos cuando Zven comenzó a besarla… Sabía que
estaba besando a quién había intentado estrangularla esa misma noche, a quien
casi la desangra unos días antes… pero le daba igual porque nunca nadie había
conseguido hacerla sentir así. Sentía que encajaba y que por una vez era
aceptada tal y como era. Sintió como si todo el dolor desapareciera barrido por
una suave brisa de primavera, podía sentir el latir de su corazón y oír como
retumbaba en sus oídos mezclado con el sonido del mar. Se sentía tan bien junto
a Zven que hubiese querido estar así eternamente, en un lugar entre el cielo y
la tierra, un lugar donde solo estaban él y ella, donde nada ni nadie podría
juzgarlos, donde sus sentimientos eran una partitura que podía interpretar en
un enorme piano… Y no ocultarlos en un cifrado código que solo ella podía entender.
Pero entre todo ese infinito sentimiento de paz había un
pequeño resquicio de su corazón del que se filtraba un sentimiento igual de
fuerte por Fran… Y se apartó.
Miró al joven que se erguía frente a ella. Este tenía los
labios cerrados en una línea recta, como escavada en la roca. Sus ojos estaban
cerrados con fuerza, dejando unas pequeñas arrugas en ambos rabillos. Las manos
caían a ambos lados cerradas en puños. No pudo evitar alzar su mano y acariciar
esos labios… haciendo que la dura línea que formaban se debilitara e incluso
que ambos labios se entreabrieran. Luego ascendió por la mejilla… hasta llegar
al nacimiento del cabello y acariciando esos cabellos azabaches llegó al
rabillo del ojo donde poso sus dedos con delicadeza e intento liberar la
tensión en ese punto haciendo pequeños círculos y consiguiendo que con un
cansado suspiro Zven diera un paso atrás, o mejor dicho, una zancada de medio
metro, dejándola con la mano en el aire y una expresión de sorpresa. Porque
para ella ese medio metro había sido como abrir un enorme abismo entre ambos,
envolviéndola en un aire gélido y cortante. Pero el frío entumece no solo el
cuerpo y el pensamiento, también el alma.
Entonces, como si de un pequeño detalle de una obra de arte
conocida a la perfección se percatara vio cual era el problema, pudo notar en
cada vena, en cada poro… en todo su cuerpo la necesidad casi desesperada que
envolvía a Zven… No es que estuviese enfadado, es que estaba hambriento.
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